ella se levanta, herida y gris... sangrienta de suburbios, y agotada de oficinas.
Las máquinas tienen ruedas; ellas fueron inventadas por el hombre vivo en su afán de llegar, de ir, de buscar
más allá del horizonte... son extensiones de nuestras piernas, y sin embargo, infinitamente superiores.
En la máquina los hombres son distintos. Viajan a través de ella a innumerables destinos, viajan en ella, con
ella.
La máquina tiene vida propia, la máquina maneja al hombre,
emite chillidos, rugidos y bocinazos que aprisionan el rocío de la mañana,
y montados en ella, superiores, lujosos, gallardos, desconocidos y exclusivos seres se transforman en
hombres-máquina avasallando obstáculos, llegando a dónde sea, avasallando vidas, llegando puntuales, serios
y eficaces.
Diminutas vidas, inertes y singulares sobrepasadas por las ruedas,
insignificantes venas del todo, frágiles seres con piernas y patas yacen inmóviles en el asfalto mientras la
ciudad despierta... herida y gris, atormentada por ruedas.
Rebhecka de Lemos
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